viernes, 30 de mayo de 2014

Sobre nuevas licencias para el trabajo por cuenta propia EN CUBA.


Frank Correa


Gran revuelo ha despertado  el  último número de  La Gaceta de Cuba, que regula las nuevas licencias para el trabajo por cuenta propia y los impuestos a pagar en los ciento setenta y ocho  oficios autorizados, un documentos de cien hojas repleto de frases técnicas y eufemismos.

La fe de erratas, un número de menor circulación que salió quince días después también se ha agotado,  aclara y enmienda deslices en el texto de La Gaceta, enrevesados por el clamor del apremio, en un país con   una revolución y una crisis económica   y sociopolítica expeditas. 

Está   ley que devuelve la privatización a la isla adolece del factor  realidad, distanciada a años luz de los que la firman,  imposible de relacionarla o hacerla compatible con el contexto que regulan, el sector privado que se pretende instaurar a posteriori resulta una expropiación de orígen. Los altos impuestos, el peligro que implica que la revolución cuando se oxigene recupere  ese espacio perdido de la propiedad social,   y por último la filosofía instaurada en los trabajadores cubanos del siglo XXI,  de cargar como hormigas sin producir, serán riscos en el camino.

Adolece también del exceso de trabas burocráticas, indisolubles con el sistema socialista, donde lo fácil debe pasar por una serie de tamices que lo enrarece y lo vuelve difícil. Un hombre ayer en la Oficina Nacional Tributaria (ONAT), se marchó cabizbajo cuando le informaron que debía cumplimentar   una cantidad  absurdas de requisitos para instalar su timbiriche, quería hacer pizzas pero el horno debía estar a una equis distancia del mostrador y tener una equis altura, algo que le  invalidó el proyecto

Sin embargo el vendedor de jabitas, un  oficio  realmente importante en Cuba,     no aparece en la lista de pagar impuestos, toda la ganancia se la embolsilla. En cambio el buzo, o reciclador  de materia prima,   no dice lo mismo, debe abonar el cincuenta por ciento de lo que haga, no importa la  cantidad de metros que deba sumergirse en el latón de basura, de madrugada o a la luz pública.


Más de un millón de trabajadores van al sector disponible, eufemismo utilizado para nombrar a los despidos. Medio millón de ellos no cuenta con la capacidad natural que exige poner un timbiriche, o tocar una puerta para brindar un servicio. Y el otro medio millón que se acostumbró durante cincuenta años a vivir del erario público, buscara nuevas fórmulas, para seguir cargando para sus casas sin producir.

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