martes, 12 de enero de 2016

Abogado: la más difícil de las profesiones Oscar Castillo Guido


   02/10/2015


La profesión más difícil de todas es la de abogado. Y sustentaré el porqué:
Primero, el abogado de la parte demandante. Le corresponde estudiar el caso con objetividad a partir de la versión subjetiva del cliente, decidir si se promueve o no el procedimiento, prever los argumentos que pueda esgrimir la parte contraria, valorar con qué prueba se cuenta, hacer acopio de materiales y de argumentos, plantear bien la demanda, saber qué se dice y cómo.
Qué no se dice y por qué, cómo se articula la pretensión, de qué manera se fundamenta y cómo se concreta la petición en el escrito, requiere de una gran formación, rigor y destreza, y es algo de lo que depende, no la precisa delimitación de lo que será el objeto del proceso, sino también, el éxito mismo del pleito que se entabla.
Segundo. El abogado de la parte demandada, en el corto plazo para contestar a la demanda, debe estudiarla, contrastar su contenido con lo que le ha contado su cliente, plantearse con objetividad la situación, decidir si conviene allanarse u oponerse, resolver cómo contesta, qué excepciones aduce, qué hechos admite o niega y cómo delimita con sus alegaciones lo que conformará el objeto del debate; todo lo cual requiere no menos habilidad, preparación y experiencia que la de su colega y oponente.
En tercer lugar, se encuentra la de juez de primera instancia, quien, partiendo de escritos de demanda y de contestación, debe fijar el verdadero objeto de la controversia, interpretar y valorar la prueba producida, y dirimir la contienda dictando una sentencia ajustada a derecho que dé respuesta exhaustiva y congruente a las cuestiones planteadas por las partes, para lo que hace falta no solo una adecuada preparación jurídica, sino también gran sensatez y formación humana.
En cuarto lugar, la posición de los magistrados de la cortes ya sea de apelación o de la suprema, aun siendo como son, es muy importante su función, y cuenta con varios y precisos elementos para desempeñarla con acierto, como son una sentencia de primera instancia que ha resuelto motivadamente el debate planteado en la demanda y en la contestación, un razonado escrito de interposición del recurso de apelación el que se concreta la disconformidad de la parte recurrente con el contenido de aquella sentencia, y otro escrito, también fundado, de impugnación de ese recurso, quedando, en fin, reducida su actuación jurisdiccional a la adopción de una decisión que está delimitada por el conocido principio brocardo tantum appellatum quantum devolutum : “Tanto deferido como lo reclamado” o bien a lo alegado lo fallado y que quiere decir el juicio de apelación no debe conocer sino de aquello de lo cual se ha apelado y si debe ser fallado.
Tenemos que ser conscientes que detrás de nuestra importantísima función en un Estado de Derecho, actuamos con una laboriosidad extraordinaria, realizando un trabajo comprometido, responsable y extenuante, que en muchas ocasiones ni siquiera alcanza la recompensa merecida, y que se repite día a día en escenarios y contextos diferentes en los que lidiamos con sentimientos y emociones de toda clase.
Para preservar el valor de nuestra profesión, los abogados no solo seamos conscientes de nuestro esfuerzo, sino que valoremos la grandeza que ello representa para nosotros como personas y para nuestro colectivo.
No debemos escatimar esfuerzos en transmitir permanentemente a los demás qué es lo que hacemos y cómo lo hacemos, lo que sin duda contribuirá a sensibilizar a la sociedad del valor y mérito de nuestra honorable profesión. Sin duda alguna, repito, la más difícil de las profesiones.
El autor es jurista y decano de la Escuela de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UPOLI.